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11 de marzo de 2010

Noticias del Turf (13/03/2010)

La apasionante vida del señor de la fusta y los caballos

Hoy es un saco de huesos destrozados. Tiene todo roto por dentro de ese metro y 57 centímetros de humanidad. Doce fracturas sufrió, varias en el pulgar de la mano derecha, que ahora acaricia la cabeza de Pagoeta, una yegua espectacular que se deja hacer, como una mujer entregada, enamorada.

Jorge Valdivieso, 52 años, tres hijos, dos divorcios, el jockey que ganó más de 4600 carreras, que corrió arriba de las 20.000, que igualó en derbys a Irineo Leguisamo, ese hombre jura, con una humildad que no es de este siglo de egos invaluables, que no se murió en ninguna rodada porque "Dios es burrero".


Para semejante definición el hombre guiña uno de sus hermosos ojos verdes y sigue hablando con respeto de "el de arriba", que lo cuidó siempre y que lo ayudó a ganar "14 carreras al hilo", dice.

Y dice más: "Al turf lo reventó el tango". Y ante la mirada azorada de la cronista, desarrolla su particular hipótesis: "Porque, ¿viste?, las letras de los tangos hablan de que se quedó en la calle por los burros, que la mina lo echó por jugador, que se pasaba la tarde en Palermo, que le afanó guita a la viejita para timbear y no es así: éste es un deporte noble". ¿Será así? ¿Qué hay sobre ese rumor que dice que en las carreras hay trampas? ¿Y la mafia de las apuestas?

Cuando fuimos al Hipódromo de San Isidro para entrevistarlo ahí estaba Jorge Valdivieso, mirando a uno de los más de 20 caballos que cuida, entrena, mima, monta...

Ahí estaba el hombre que, inmediatamente después del apretón de manos, aclara: "Acá se trabaja; todo lo que se dice del turf es «grupo»".

Lo dice él, Valdivieso, una leyenda de las pistas, algo así como el Maradona de las carreras de caballos, que se empeña en que todos sepamos que este deporte les da de comer a 20.000 familias dignamente, que "esto no es joda".

En el Hipódromo de San Isidro todos lo saludan con reverencia e infinito respeto. Le dicen: "Cómo anda, Valdi" o simplemente, "maestro". Hay otros que lo nombran como "Jorge el Grande".

Y él, con ese andar lento y chueco, con la timidez atenazadora que sólo afloja cuando la confianza se afirma, devuelve la bienvenida con candor y alarga la mano, porque al saludo con beso a una mujer no se le anima.

Valdivieso es parco con las palabras y corto de ademanes. Va a ser una nota repleta de baches, porque Valdivieso odia hablar de sí mismo, menos aún de sus fracasos amorosos, de las madres de sus hijos, del dinero, de la potranca favorita, de cómo le molesta que muchos burreros tengan como cábala sacarse una foto con él antes de cada carrera...

Costará mucho enterarse de su vida allá en General Alvear, Mendoza, donde nació el 1° de abril de 1957 y donde trabajó arando las tierras de otros, tirando de un caballo bajo el hachazo del sol impiadoso, haciendo el trabajo a pie, con sólo 13 años. Un caballo inservible para otra cosa que no fuera caminar cansinamente por aquella chacrita cuyana. Un caballo que él montaba para volver a su casa y que sentía como un pura sangre.

"Yo no sabía andar a caballo y ese matungo para mí era hermoso. Después, cuando vi a los otros, aquel animal era lo más parecido que había a una mesa", dice con gracia.

Hasta que su cuñado, ya en Buenos Aires y cuando él tenía 16 años, le dijo que con ese físico sólo podía ser jockey. "Nos vinimos todos desde Mendoza. Allá no había mucho trabajo, no teníamos nada, y menos plata: ni veíamos los billetes. Acá mi mamá empezó a trabajar en una casa, como doméstica, y una de mis hermanas, en una fábrica. Ahí ella conoció a ese cuñado mío que me aconsejó ser jockey. Entonces, terminé la primaria y me anoté en la escuela de jinetes. Y bueno, tuve suerte."

No es verdad lo que dice Valdivieso. No es, al menos, toda la verdad.

Un talento innato, la modestia, el esfuerzo, el enorme sacrificio y las fracturas lo acompañaron toda la vida. Y lo siguen acompañando: ahora, a los 52 años, este hombre rubio, de cara como la de un pájaro, de sonrisa blanquísima y fácil, se retiró de las pistas y se convirtió, como dice con picardía, en el personal trainer de los caballos más bellos que jamás se hayan visto.

-Usted cuenta su vida como si cualquiera pudiera subirse a un pura sangre y ganar el Carlos Pellegrini...
-Bueno, no, lo que le quiero decir es que también se necesita suerte.
-Y si la suerte fue tan buena con usted, ¿por qué se retiró a los 50, cuando ganaba todo?
-Por la parte física: cada vez me costaba más dar con el peso y perdí toda la motivación para correr.

Lo que a continuación relata Valdivieso es una vida de hambre y sed extremas.

Cuenta que debió lidiar con el peso desde los 16 años, cuando empezó a ser "yoqui", como pronuncia él, y que debía acusar en la balanza 54 kilos con montura y todo. "Y yo soy alto para esta profesión", aclara.

Valdivieso explica que vivía sin comer y sin tomar. Que todos los días, durante más de treinta y cinco años, fuera invierno o verano, se abrigó como un expedicionario del noruego Amundsen al Polo Sur y trotó alrededor del Hipódromo de San Isidro para perder dos kilos y medio de líquido y grasa, y después someterse a un buen baño sauna, sin tomar una gota de agua. "Quedaba deshidratado durante horas, y los días de carrera no comía ni tomaba para poder dar el peso necesario. ¿Te imaginás?: como corría todas las semanas, la salud al final se resiente."

Y aunque sigue pareciendo un fideo de flaco, dice que desde que se retiró aumentó nueve kilos. Trato de consolarlo: "Por lo menos ahora come ese asado que tanto le gusta y toma vino".

-Sí, tomo de todo, menos consejos.

Y sonríe. Y aún sigue mostrando sus dientes perfectos cuando relata que la falta de líquidos en su cuerpo le trajo muchas complicaciones en los riñones, complicaciones que se codeaban con las roturas de huesos cada vez que rodaba en las pistas, lo que sucedía con mucha frecuencia.

"La que más me dolió fue la fractura de tibia y peroné, pero la peor fue la de la primera vértebra de la columna. Yo venía corriendo y sentí que el caballo se quebraba y me caí, aunque esa vez no perdí el conocimiento. Vino la ambulancia y me tenían que llevar lejos de Palermo y yo me di cuenta de que se iban por cualquier lado: los tuve que guiar para llegar a la clínica. Esa lesión me costó estar tres meses con cuello ortopédico."

Y no es lo peor. El médico le dijo que se había salvado milagrosamente, que por el tenor de la lesión estuvo a "un pelito" de quedar paralítico y que le agradeciera a Dios, a la Virgen o a quien él quisiera el seguir con vida.

Y él agradeció a Dios y a la Virgen, y se quedó quieto todo el tiempo que fue necesario. Pero un día volvió. Y cuando regresó a las pistas, la gente lo ovacionó como si fuera una hinchada de fútbol y sus compañeros lo aplaudieron hasta el cansancio, con lágrimas.

"Es que este deporte tiene muchos riesgos y cualquier cosa que hagamos mal puede derivar en un accidente, para uno o para un colega. Por eso nosotros nos cuidamos mucho, somos capaces de resignar un lugar en la pista para que nadie se lastime; yo creo que otros deportistas deberían aprender del turf, porque acá no hay tanta rivalidad. Piense un poco: los jockey estamos todo el día juntos, entrenamos, vamos al sauna, cuidamos los caballos; después de todo eso, no nos podemos andar jodiendo entre nosotros..."

El Maestro Valdivieso dice que todos los jinetes son muy creyentes en Dios (que, como ya lo dijo él, Jorge el Grande, es "burrero"): Lo que pasa es que cuando te subís a un caballo no sabés si volvés. Y para volver a correr se necesita del compañerismo. Todos nosotros somos capaces de ceder una posición si otro compañero está en peligro.

-Pero imagino que los dueños de los caballos no se ponen muy contentos cuando ven eso.
-Y... los dueños putean, pero a nosotros no nos importa.
-A usted lo comparan con Leguisamo.
-¡No!, ¡Nada que ver! El ganaba carreras con un solo ojo.

Y se ríe casi a carcajadas ante la cara de asombro de esta cronista, que no entiende el chiste. Al fin, El Maestro aclara: "¡Es que Leguisamo era tuerto!" Y la carcajada es general y enorme, como mi vergüenza por tamaña ignorancia.

Pero antes, mucho antes de ese chiste y de la risa franca, hablé con algunos fanáticos del turf para tratar de componer la biografía no autorizada del campeón.

Y, en todos los casos, una anécdota surgió sola: la del día en que el Maestro corrió el Gran Premio Dardo Rocha, en La Plata, y las tribunas hervían de fervor y fanatismo. Valdivieso volvía a esa ciudad, en la que no había corrido tantos premios, pero en la que había debutado en 1977. La Plata amaba a Jorge el Grande, lo amaba tanto que hasta los que no le apostaban, lo aplaudían hasta que las manos ardían.

Por eso, esa tarde pasó lo que pasó. Jorge Valdivieso corría con Bat Ruizero y lucía una casaca rosa (una de las más de 2500 chaquetillas que se puso a lo largo de su carrera). Era el favorito y estaba tranquilo.

Desde la entrada en gateras, el Maestro se concentró tanto como su montura. Cuando largó, entrevió que iba a ser el ganador, pero no le dio importancia hasta que estuvo cerca del disco.

"Es imposible escuchar a la gente o al relator. Normalmente, uno está tan ensimismado que no oye nada, pero ese día fue una explosión: parecía una cancha de fútbol, la gente aplaudía, ¡yo los escuchaba desde la pista!, entonces, antes de llegar al disco, hice esa señal con la mano, como que el premio era de ellos, de todos, no mío solamente."

Y medio que se avergüenza cuando cuenta la hazaña, y durante toda la entrevista trata de desmitificar su persona. E insistirá en que tuvo suerte, que en el turf nunca hay trampas, que es un deporte noble, que es mentira eso que se cuenta sobre "tirarse a menos" por lo apostado y que no es verdad, por supuesto, la anécdota del jinete Walter Serrudo.

Porque cuenta una leyenda turfera que en medio de una definición cabeza a cabeza, y como consecuencia de un movimiento impensado, Jorge el Grande le pegó un fustazo a su colega Serrudo. El jinete quedó durante un buen tiempo sin visión de un ojo, y dicen que hasta que volvió a correr, Valdivieso, el Maestro, le pagó a Serrudo el equivalente a las comisiones que hubiese ganado.

¿Mucha plata? "Mirá -dice un viejo periodista conocedor del mundo de las pistas-, las comisiones son la parte del premio que se lleva el jinete, que es del 10 por ciento, lo que significa bastante dinero. Y Valdivieso no tenía obligación de asumir ese cargo, pero yo que lo conozco bien te aseguro que actitudes como ésa tuvo miles. Creo que nadie ha hecho algo similar", concluye el colega.

"Naaaaa, seguro que no fue así. No me acuerdo. Por supuesto que si por error uno le hace algo a un compañero, luego lo visita, le pide perdón y esas cosas...", dice Valdivieso, y salta enseguida a otro tema: el del respeto. "Como el riesgo es tremendo en esta profesión, nos cuidamos entre todos. Mirá, muchas veces estamos en las gateras y uno le pregunta a otro, «¿qué vamos a hacer esta noche?»", relata, como si se tratara de un juego de niños.

-¿A quién admira o admiró?
-A Eduardo Jara y a Vilmar Sanguinetti.
-¿Cuál es el peor momento de una rodada?
-Cuando te vas cayendo; son los peores segundos de la vida.
-¿Cómo es estar en gateras?
- Y..., hay que concentrarse. Uno y el caballo. A veces el caballo entra nervioso.
-¿Usted les habla?
-No, los acaricio.
Y se le vuelve más dulce la mirada. Como si hablara de una mujer.



JORGE VALDIVIESO: Un jockey excepcional
Quién es: nació en General Alvear, Mendoza, el 1° de abril de 1957. Allí araba la tierra de una quinta con su familia. Corridos por la pobreza, llegaron a Buenos Aires cuando él tenía 14 años. A los 16 años se convirtió en jockey. Corrió más de 20.000 carreras y ganó 4600. Mide 1,57 centímetros. Se retiró a los 50 años. Tiene tres hijos y se divorció dos veces.
Qué hizo: vivió más de 30 años deshidratado y con hambre para poder dar los 53 kilos para correr, lo que le trajo complicaciones renales. No recuerda cuántas rodadas sufrió, pero sí cuántas fracturas: 12; una de ellas, la de una vértebra, casi le cuesta la vida. Dice que el turf es el deporte más noble, especialmente, por el compañerismo. Confiesa que muchas veces debió ceder un puesto, aun cuando iba ganando, para no lastimar a un colega. Hoy es personal trainer de más de 20 caballos del Hipódromo de San isidro. Le dicen Valdi, Maestro o Jorge el Grande
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Diario La Nación